30/01/2015

¿REPRESENTA CHARLIE HEBDO A LOS EUROPEOS? Reflexiones sobre la tolerancia y la libertad de expresión

A raíz del caso Charlie Hebdo ha habido una explosión mediática de solidaridad con este semanario satírico. Los hechos más visibles han sido las concentraciones en las calles de París, con la presencia de decenas de jefes de Estado, y la difusión de lemas “Je suis Charlie” en las redes sociales. Como era de esperar, ha reactivado la cuestión del choque de civilizacionesTambién se han generado debates en torno a la libertad de expresión y la tolerancia. La perspectiva más expandida al respecto sostiene que Charlie Hebdo es una representación de ambos valores, los cuales son patrimonios universales forjados en Europa así como un objetivo del terrorismo islamista. Pero, ¿hasta qué punto podemos tomarnos seriamente esta perspectiva?

En primer lugar, pese a lo que normalmente se dice, la libertad de expresión nunca se ha sentido del todo cómoda en Europa, al menos en tanto práctica popular. Esto contradice el discurso de la mayoría de tertulianos y también de parte de las perspectivas académicas. De hecho, cuando tratan de centrarse en los orígenes de dicha libertad, los manuales al uso de historia de las ideas políticas suelen remitir a la Holanda de Baruch Spinoza y a la Inglaterra de John Locke, a los que no por casualidad se les ha considerado paladines del liberalismo y de la Europa moderna. Ahora bien, aunque Spinoza y Locke supongan novedades importantes en la historia de Europa, estas asociaciones tergiversan gravemente el pasado europeo.

Ciertamente Spinoza defendió que no debía perseguirse a nadie por lo que dice, sino por lo que hace (es decir: la palabra no delinque), y dedicó su única obra publicada en vida a defender que la libertad de expresión es un requisito para el buen funcionamiento de la sociedad. Ahora bien, sobre el tema de la persecución, Spinoza parafrasea textualmente a Séneca, un filósofo que políticamente fue poco menos que conservador. Además en ese punto concuerda con dos filósofos opositores de la democracia, a saber, Thomas Hobbes e Immanuel Kant. El filósofo inglés ya advirtió que los pensamientos no pueden ser castigados y, en caso de hacerse públicos, sólo deben castigarse si vulneran algún principio del contrato social. En cuanto a Kant, fue artífice de un planteamiento escolástico según el cual uno puede expresarse libremente “en tanto docto”, concluyendo que uno puede publicar cuanto quiera siempre y cuando obedezca. Si atendemos a la historia, pues, la libertad de expresión es, de entrada, algo que no se aleja mucho de acatar el orden estipulado, por lo que no parece exclusiva de Europa.

Baruch Spinoza (1632-1677), filósofo sefardita
afincado en Ámsterdam. Figura insoslayable para
comprender el ateísmo y el materialismo modernos
Sin embargo, en lo referido a la libre expresión como requisito social, Spinoza critica directamente a los defensores de la tolerancia, y aquí radica su carácter subversivo. En efecto, en el siglo XVII, la tolerancia era un “valor” defendido expresamente por los calvinistas holandeses frente a la libre expresión que propugnaban los republicanos como Spinoza. Y es que, mientras la libertad de expresión spinoziana se dirigía a criticar públicamente a las jerarquías eclesiásticas (que son las que condenan a Miguel Servet, Giordano Bruno y Galileo Galilei y las que favorecerán el auge del absolutismo europeo y la habitual quema de mujeres llamadas brujas), la tolerancia era el eje discursivo de un fundamentalismo cristiano que postulaba que la fe debía aceptarse pese a las pretensiones de científicos y políticos. No es casual que “tolerancia” (tolerantia) signifique “soportar” y que Spinoza rara vez use esa palabra. El tolerante es quien no permite que “tomen a Dios en vano”. Por su parte, el mismo Hobbes, en su objetivo de someter el poder religioso al poder civil, también fue un firme crítico de la tolerancia (y es sabido que muchos republicanos holandeses lo tomaban como referente, pese a ser un reconocido monárquico). Quien sí defendió la tolerancia por diferentes medios fue Locke, el cual vivió varios años en Holanda hasta su regreso a Inglaterra, tras la Revolución Gloriosa. Por cierto, dicha defensa incluía que católicos y ateos no pueden ser tolerados: los primeros porque son subordinados del Papa y los segundos porque son inherentemente inmorales. Todo lo cual era argumentado por el mismo Locke mientras defendía sus intereses económicos con la trata negrera, cuestionada entonces por algunos católicos y ateos. No obstante, sus argumentaciones estarán presente incluso en la Declaración de Independencia firmada por un empecinado puritano, a saber, Thomas Jefferson.

Valga recordar también que la libre expresión que defiende Spinoza no es un acto moralista, sino un consejo maquiaveliano dirigido a la clase política de las Provincias Unidas, concretamente a Jan de Witt. Spinoza era consciente que privar la libre expresión favorecía la corrupción y el fanatismo, ambos motores de la decadencia económica, como bien sabía él cuya familia tuvo que emigrar ante el fundamentalismo cristiano y expresamente antisemita de la Península Ibérica. De todos modos, en Holanda no acabaría triunfando la libertad de expresión sino la tolerancia. El mismo Spinoza fue excomulgado (herem) de la comunidad judía de Ámsterdam y Jan de Witt fue descuartizado vivo junto a su hermano a manos de fanáticos, en plena calle, a lo que siguió la instauración del régimen absolutista de los Orange. Por cierto, el triunfo de la tolerancia no impidió que Holanda fuera la inventora de los barcos negreros (he comentado otros aspectos sobre Holanda y su relación con los procesos de modernización en otro post).

La trata negrera fue fundamental en el espectacular desarrollo económico 
que caracteriza a Holanda e Inglaterra desde el siglo XVII. Estas prácticas
 contribuirán activamente en sus respectivas consagraciones como potencias 
hegemónicas a lo largo de los procesos de modernización
Habrá que llegar a la Ilustración para encontrar defensas de la tolerancia en un sentido próximo a la libertad de expresión, pero dichas defensas no irán mucho más allá de los temas de salón. Un ejemplo emblemático lo encontramos en Voltaire, quien así y todo en sus novelas nos recuerda las masacres que los muy tolerantes holandeses llevaban a cabo en sus colonias. A partir del siglo XIX, ningún demócrata, feminista o socialista relevante apelará a ella, mucho menos en clave revolucionara. Y es que entonces ya se tendrá consciencia de que la tolerancia es un mecanismo para mantener el statu quo sociopolítico. No obstante, ha sido duramente criticada por diversos filósofos europeos contemporáneos, como Herbert Marcuse o Slavoj Žižek, los cuales han recordado su sentido originario: soportar. En efecto, hechas estas aclaraciones, Charlie Hebdo no parece pretender estrictamente la tolerancia, dado su particular afán de llamar la atención de quienes no comparten su manera de “ejercer la libertad”. Antes bien, parece tener como objetivo el hecho de que sean los otros quienes les toleren, sí o sí. Así parece que la intolerancia es mala porque intolerante es quien no te quiere tolerar. Vamos, muy en la línea de los tolerantes Locke y Jefferson respecto a su defensa de la esclavitud y también de los tolerantes fundamentalistas que acabaron con la vida de Jan de Witt en pos del auge absolutista en Europa.

Por otro lado, cabe señalar que la idea según la cual la libertad de expresión y la tolerancia son objetivos del terrorismo islamista responde a una lectura claramente interesada. En cierto modo es trivial, porque el fundamentalismo islámico no va a atacar a nadie por el hecho de hacer caricaturas de Mahoma. Los fundamentalistas –sean islámicos, cristianos o judíos– te van a querer atacar simplemente por existir. En todo caso, lo que consiguen las caricaturas de Mahoma es ofender a los musulmanes que no son fundamentalistas al tiempo que encumbra a los europeos en una hipócrita postura según la cual los otros tienen la mente cerrada.

Imagen de apoyo a Charlie Hebdo, donde pueden verse a Benjamin Netanyahu
(presidente de Israel y uno de los responsables políticos del genocidio palestino),
Nicolas Sarkozy (ex-presidente de Francia y principal responsable político de haber
convertido Libia en un nido de fundamentalistas religiosos) y Viktor Yúshenko
(ex-presidente de Ucrania, actualmente vinculado al fascismo ucraniano)
A propósito de este último punto creo conveniente sacar a colación algunos comentarios publicados desde que comenzara la propaganda eurocéntrica en torno al caso Charlie Hebdo*. Desde Buenos Aires, la analista Ximena Krásnaya nos sugiere que, bajo el pretexto de unos idiotas que han matado a otros idiotas, los medios de comunicación occidentales tienen otra vez un material adecuado para eludir los problemas políticos y sociales de gravedad. Señala que no hay que relacionar a Charlie Hebdo con la libertad de expresión, sino con la provocación, mientras recuerda que la célebre revista no sólo ha acusado a los gobiernos de Cuba y Venezuela sino que no se ha arrugado a la hora de apoyar los bombardeos de la OTAN en Yugoslavia y Libia. Asimismo, lamenta que la solidaridad pública hacia Charlie Hebdo sea mayor que la que jamás hayan recibido los árabes de Israel o los rusos de Ucrania. Por su parte, el profesor y gestor de riesgos David Alexander comenta desde su blog el impresionante poder de alienación que tienen los medios de comunicación. Un poder que, de acuerdo a sus palabras, genera conductas ridículas al tiempo que es capaz de paralizar cualquier tipo de debate, todo lo cual con tendencia a criminalizar a quien cuestiona la ortodoxia de las grandes corporaciones de información. Con todo, reconoce que la sátira puede ser un ejercicio crítico, pero tiende a tener un doble rasero. ¿Por qué es más frecuente la sátira contra los musulmanes que contra los judíos? No en balde señala que vivimos en un mundo de consenso forzado.

Alexander apunta que el caso Charlie Hebdo ha intensificado el diálogo de sordos y que hay razones parar sostener que existen intereses en crear un sentimiento de inseguridad en Europa. Asimismo, expresa su sorpresa ante la inmadurez que los europeos muestran sobre su propia historia y el terrorismo. Estas cuestiones también han motivado al antiguo vicepresidente de les Illes Balears, Pere Sampol, quien comenta que lo que algunos llaman sátira es también un ataque cobarde a los oprimidos, los cuales observan como Occidente se mofa de aquello en lo que creen después de haberles bombardeado. Por ello, Sampol tacha a Charlie Hebdo de ejercer un “humor colonial”, lo cual dista mucho de ser un humor valiente, un ejemplo del cual sería, por ejemplo, denunciar los usos perversos que los gobiernos occidentales hacen en torno a la idea de “terrorismo”. No obstante, dicha idea está justificando la privación de libertades a los europeos de hoy.

En fin, si la libertad de expresión en su sentido actual significa ofender a gente indefensa que vive allende nuestras fronteras mientras no se consideran seriamente las causas estructurales del terrorismo, entonces la libertad de expresión no sólo no es exclusiva de Europa sino que dudosamente puede ser motivo de orgullo. Ahora bien, una libertad de expresión que vale la pena defender es la que consiste en criticar a quienes deciden sobre la sociedad en la que vives, es decir, aquella actitud que le valió la marginación a Baruch Spinoza y la muerte a Jan de Witt. La misma actitud que, por cierto, motiva detenciones a quienes “toman a Charlie Hebdo en vano”.



*Para acceder a otras reflexiones sobre Charlie Hebdo (Z. Bauman, S. Zizek, U. Eco, N. Chomsky, E. Balibar, etc.) clica aquí.

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